De sueños y verdades
Resulta sencillo alabar las virtudes de un equipo cuando todo ha salido a pedir de boca y en la pista solo ha comparecido uno de los contendientes. También se antoja fácil elevar las capacidades del conjunto en los instantes en los que todo se divisa desde la cresta de la ola, desde lo alto de cinco partidos sin el sabor amargo de la derrota, desde el cénit de 9 de 10 puntos posibles, desde la prominencia del cuarto puesto de la clasificación. Pero todos sabemos que, de los sueños, uno siempre acaba despertándose. La única opción es que estemos soñando en que esto sea un sueño. Y cuando nos despertemos en la realidad, suframos altibajos, nos lamentemos de errores y a nuestro pabellón acudan otros equipos más acostumbrados al calor de la gloria, sigamos alegrándonos de en lo que nos hemos convertido.
¿Y qué somos? Ayer fuimos un cuadro equilibrado, que nacía haciéndose fuerte en la defensa para, desde ahí, lanzar ataques veloces y certeros. Si se miran las estadísticas y los 36 goles que subieron al marcador, se podría llegar a la conclusión de que la vanguardia local decantó el choque para que los puntos se quedaran en Pamplona. No fue el caso. La fortaleza que exhibió el Helvetia Anaitasuna en la contención de los atacantes rivales, maniatando su juego, impidiendo las penetraciones y el movimiento de balón en la parte central cuando el Ángel Ximénez Puente Genil se acercaba a la línea de los seis metros constituyó el verdadero motor que, después, terminaría carburando en el vigor del ataque verdiblanco.
Y uno de los pilares de ese muro se llamó ayer Antonio Bazán. Se llamó ayer y se lleva llamando toda la temporada. Él, junto a otros especialistas en la retaguardia como Nicolas Bonanno o Héctor González, saben frenar con acierto el ímpetu rival, pero hay algo en lo que el zizurtarra sobresale. Bazán es expeditivo y actúa no solo con celeridad, sino con anticipación, antes incluso de que el balón se mueva por sus inmediaciones. Cuando un jugador contrario busca una posición en el eje central, coarta sus propósitos, le estorba, le intimida con sus empellones, se erige en el dominador claro de ese espacio, fuera del cual no existe incursión posible por esa zona de la pista. Y ese poderío en la toma de emplazamientos que den alas a las jugadas de intromisión junto a la línea continua va minando el ánimo de los asaltantes, que antes siquiera de otear huecos entre los centrales ya han asimilado en sus carnes que la puerta está cerrada y que por ahí solo encontrarán dolores de cabeza.
En el otro lado de la cancha, déjenme resaltar lo evidente. Qué gozo genera ver salir juntos a Juan del Arco y Ander Izquierdo, transformados en una dupla poderosísima en la confección del ataque, en la toma de decisiones que orienten el rumbo de las ofensivas del conjunto navarro. El madrileño aporta una sensación de confianza casi indescriptible. Saber que él se halla en el primer puesto del arranque de cara a la portería, divisando todo el juego y calibrando las alternativas suscita en el equipo una huella de seguridad, de templanza. Una impresión que cobra una fuerza mayúscula en los momentos en los que se fusiona con el arrojo del canterano del Helvetia Anaitasuna, que también sabe discernir las posibilidades que le brindan todos los demás compañeros, pero que guarda en sus brazos la valentía de la juventud. Un grado que, unido a una calidad que día a día va en aumento, cristaliza en un jugador clave en la delantera, capaz de alterar el curso de un partido y echarse el peso del ataque a su espalda.
La efectividad de estas dos almas de ganadores, junto con la eficacia goleadora demostrada ayer por otros jugadores como Adrián Ortiz, Eduardo Fernández, Álvaro Gastón o Xabier Etxeberria, pudiera evitar que se eche de menos a quienes las lesiones impiden vestir actualmente la elástica verdiblanca. Yo, al menos, sí los echo de menos. Y no porque sean necesarios, sino por el valor estimable que aportan. Echo de menos la magia de Ander Torriko en busca de penetraciones eléctricas y echo de menos el fusil de asalto que tiene en su brazo izquierdo Arthur Pereira, que hace que el lanzamiento exterior sea una fuente inagotable de alegrías.
Como alborozo causa contar bajo palos con Juan Bar, que acumula partido tras partido acciones que aumentan todavía más la consistencia de una zaga tremendamente sólida. Es bien sabido que sus éxitos, como los logros defensivos, nunca ostentarán el brillo carismático del que gozan las maniobras ofensivas, pero eso no es óbice para no resaltar la labor que todos ellos realizan con constancia y persistencia, con pico y pala, con reserva y disimulo, pero que ayer, y esperemos que en muchas más contiendas, continúen suponiendo la robustez inicial con la que potenciar el ataque. Y eso sí que no es un sueño del que haya que despertarse. Es la realidad en la que actualmente vive el Helvetia Anaitasuna.
P.D.: El arrojo demostrado por los canteranos (Pedro Casas, Adrián Ortiz, Aitor Albizu…) y el juego que desplegaron por la pista del pabellón Anaitasuna daría para otro artículo. Queda en el tintero para futuros textos.
Asier Gil es responsable de Comunicación y Marketing de la S.C.D.R. Anaitasuna.